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domingo, 26 de junio de 2011

Tres chicos guapos para tres chicas guapas

Año 2006.
Una tarde de verano de un viernes cualquiera.


Sr. X, Sr. Y y Sr. Z comenzaron la tarde del viernes en un curioso antro donde el canismo y las verduleras del lugar suelen comenzar el previo al fin de semana, donde las primeras danzas del amor de la Generación Qaribú comienzan tras las primeras copas de alcohol y platos de cucos variados.

Sr. X, Sr. Y y Sr. Z eran ajenos, en parte, a todo este ajetreo animal, pues no comulgaban con la cultura qaribuense. Agarrados a sus respectibas rubias de 4,5º, discutían un plan para sobrellevar el aburrimiento de ser inteligentes, atractivos, simpáticos y solteros sin remedio. Nadie recordará nunca quién fue el que dijo de bajar esa noche a Elche, pero los tres recuerdan el trayecto en el coche de P, un Ford Escort del primer año de la Serpiente del Calendiario Chino.

Llegaron a un Elche inhóspito, territorio comanche donde cada mirada es interpretada por los lugareños como un acto hostil hacia su enaltecida dignidad de Seres Superiores tocados por los Dioses. Elche, tierra de palmeras, dátiles y picudos colorados. Elche, donde las féminas agraciadas se arriman a la mejor cornamenta. Pues no en vano es considerada como una de las capitales del qaribuismo.

La primera parada, allá a las once de la noche, fue en un antro poco recomendable donde la asquifa a sudor ilicitano (y, por qué no, elchero), hacía mella en los tres desdichados del Atísimo Vinalopó. Tomaron sus bebidas con una rapidez inusual. Chicos y chicas venidos de las peores alcantarillas de esa ciudad entonaban cánticos a sus dioses oscuros, alardeaban de sus cuerpos esculturales y tatuados con extraños símbolos de la cultura Qaribú y, en algunos casos, luchaban por sus hembras a la común usanza de su civilización (en algún otro momento, ta vez, contaré en qué consiste esta lucha).

Sin esperar mucho, salieron de allí, alejándose de aquella tenebrosa taberna cuyo sonido se perdió entre los rincones de la ciudad. Enfilaron sus pasos hacia algún lugar del centro de la capital del picudo colorado. El sr. Y se había quedado sin dinero y, buscando un cajero automático, acabaron en una especie de plaza de los sacrificios. Mientras el sr. Y sacaba dinero, cerca, muy cerca, habían sentadas tres cortesanas del reino. "La noche comienza a pintar bien", debió pensar el sr. X, pues, sacando pecho, se dirigió hacia ellas (tampoco tanto, pues éstas estaban a 3 metros del cajero).

- Buenas noches, chicas - les dijo, haciendo uso de su mejor galantería.

- ¡Hola! - Contestaron éstas, medio riéndose, medio asombradas de ser interrumpidas de su sublime conversación, seguramente versada sobre los nombres que los Mayas dieron a las constelaciones del cielo (nunca se sabrá de qué hablaban).

- Mirad, es que no somos de aquí. Mi colega - dijo, señalando al sr. Y, que en ese momento casi había terminado de luchar con el cajero - está sacando dinero para irnos de fiesta.

- Muy bien - dijo una de ellas.

- El caso es que venimos de un bar que no molaba mucho - continuó explicando la localización del bar, pero las caras d epóker que pusieron, decían a las claras que no tenían ni puta idea del sitio que sr. X les decía -. En fin, que vamos buscando algún sitio que mole de Elche para pasar la noche, tomar unos cubatas y pegarnos unos bailoteos.

Las chicas se rieron un poco, por quedar bien, pero lanzándose miradas de complicidad como si se encontraran ante alguien de menor rango en la escala evolutiva (estos elcheros, siempre con sus segundas impresiones despectivas).

- Pues no sé, id por allí - dijo una de ellas, señalando hacia ningún lugar en concreto -. Hay varios pubs.

- Sí, por "allí" - Sr. X, mirando hacia donde ellas señalaban - Esa dirección no es nada concreta, bonita.

Las tres volvieron a reír.

- ¿Por qué no especificas mejor? No, mejor - dijo, volviéndose hacia sus dos amigos, y sonriendo, casi triunfante -, mirad, tres chicas guapas, solas, aburridas; tres chicos guapetones, forasteros, necesitados de que les guíen por los entresijos de la Gran Ciudad de Elche. ¿Por qué no nos acompañáis, y esta noche nos reimos un rato los seis y lo pasamos bien?

Las tres hembras palidecieron al momento. Tal avalancha de agasajos y proposiciones caballerosas debieron crear unos cortocircuitos mentales en sus limitadas neuronas pues, con una antipatía nada impropia de la cultura qaribú, una de ellas soltó a modo de graznido espeluznante:

- ¿Pero no ves que no?

El escuercismo desatado por la voz verdulera de esta arpía hizo que el sr. X, caballero y galán por naturaleza, abandonase los buenos modales y, con el morro calentado en milésimas de segundos, soltó un:

- Pues vosotras os lo perdéis, GUARRAS.

Cogiendo a sus colegas de los hombros, y sin esperar a que las neuronas de las elcheras tuviesen tiempo a reaccionar, se alejaron de allí... ¿victoriosos? Y decididos en buscar el siguiente antro... cuya historia, es otra historia.

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