Versión BETA 2.0 (Retomando... desde 2011)

Dejad algún comentario al final de cada historia (o poned vuestro voto) ;).

domingo, 26 de junio de 2011

Agarrados a unas botellas

2006.
Una noche de verano de un sábado cualquiera.


Todo comenzó en una fiesta de erasmus en Alicante. El sr. X había quedado con dos colegas del Altísimo Vinalopó, el sr. Y y el sr. Z, para salir esa noche por San Juan. La noche había comenzado regular: no todas las fiestas erasmus se caracterizan por ser la polla en vinagre. No. Esta era más bien una concentración de nabos pelaos y hamburguesas descolorías, que a lo más que aspiraban era a jugar a beso, atrevido o verdad del estilo "Feel like a 5 years old".

Con el tedio sudándoles las orejas, sr. Y y sr. Z propusieron al sr. X una retirada estratégica del jardín de infancia en el que se encontraban. Serían las once y media de la noche, y aún había que coger el coche y subir a San Juan (subir, bajar, es una manera de decir que todavía no habían llegado a su destino principial).

No habían hecho más que salir por la puerta de la anfitriona erasmus cuando una voz gabacha sonó tras ellos.

- ¡Ey, sr. X! ¡Que me voy contigo que esto está muerto!

No hay tres sin cuatro. Así que, el francés acoplado se sumó a la comitiva de los desarraigados de la noche. Entre risas y bromas de mal gusto, subidos en el mítico Escort de color gris con una radio [modo irónico on] última generación [modo irónico off], en la que el remember de los años 90 sonaba a todas sus anchas, llegaron al Golf de San Juan, una zona de copas conocida por ser corral cotidiano de los adeptos a la cultura del metrosecualismo: hombres cuyas camisas de fuerza dejaban notar el torrente sanguíneo de las venas de sus músculos y barbies de papel salidas en masa de la fábrica de las playmobil de VOGUE.

- ¡Que nos la chupen! - Era el grito de guerra para espantar a dicho ganado estrafalario.

El francés, nada acostumbrado a las bromas características del trio calavera, intentaba hacerse el gracioso con gilipolleces varias de su país de gabachos. El pobre no lo conseguía, pero no molestaba. De vez en cuando, sr. Y le soltaba una colleja y le decía:

- ¡No molestes!

A lo que el francés, mirando a su alrededor, viendo a tres tiparracos reirse de él de manera tan apabullante, solo agachaba las orejas y reía.

Entraron en el primer garito, lleno de escuerzas desaborías y de putas estrechas que solo buscan comer el nabo más anabolizado del mercado. Lástima, "vosotras os lo perdéis", clamaba el sr. X, mientras apuraba de un trago un cubata. No se sabe los cubatas y cervezas que tomarían entre los 4. No se sabe las tías que, asediadas por semejante batallón nabal (de nabo), tomaban la vía rápida de escape.

- ¡Esas putas! - Gritaban a coro, riéndose, cada vez que veían huir a cualquier cortesana de tres al cuarto.

Pero no todo iban a ser risas. Allá a mitad de la noche, sobre las 3 de la madrugada, decidieron cambiar de local. Iban en fila cuando la voz del sr. X, al entrar en otro pub, les avisó:

- ¡Eh, mamones! ¡Que no me dejan entrar!

Sorprendente. El portero-armario de ese local había impedido la entrada al sr. X aludiendo a su estado de poca sobriedad. La madre que lo parió, porque la realidad era que no éran metrosexuales: todo el bar estaba lleno de mariconas engominadas, siliconas andantes y sonrisas profident. Y estos 4 carecían de esas virtudes: guapos, simpáticos, inteligentes, pero les faltaba una cosa: los anabolizantes y la escasez de neuronas alardeada por los que en la pista bailaban la canción de "Chi gua gua".

Stop the party en San Juan. Momento de invadir otra zona: el Puerto de Alicante.

Sin dejar de meterse con el hijo de puta del portero: que si la tiene pequeña, que si es un maricón comepollas, que si me la come de canto y mil soeces varias más, cogieron el coche y marcharon hacia Alicante nuevamente. Menos mal que el coche tenía conducción automática, porque ni su dueño ni los otros tres, iban para conducir. Tras una odisea en la que la máxima velocidad de crucero alcanzada no superaba la de una mula cargada con 100 kilos de paja, aparcaron en Canalejas en el único aparcamiento libre que habría en 500 metros a la redonda. Cuando estaban a punto de llegar, el sr. X y el sr. Y decidieron acercarse a un bar que se encontraba en la zona del barrio a pillar sucedáneos varios. Francés y sr. Z, creyendo que no era conveniente elir al Barrio en esos momentos, prefirieron seguir al Puerto y luego ya se llamarían para quedar.


Serían las 4 de la mañana, más o menos. Sabían que la zona del Barrio estaba chapando sus puertas en esos momentos, por lo que comenzaron a nadar directamente al puerto. El sr. X recibió la llamada de unas guarrillas de su clase y quedaron con ellas en la puerta del Ay, Carmela, uno d elos pubs de la entrada a la zona del puerto.


La historia, en este punto, se parte en dos: la del sr. Z y el francés se resume en que llegaron donde las guarrillas compañeras del sr. X y estuvieron hablando allí un rato hasta recibir, más tarde, la llamada de sr. Y (historia que viene a continuación).

- Dime, marica - contestó sr. Z al teléfono -. ¿Venís ya o qué? Que estoy hasta la polla del francés y de las guarras estas que me habéis encasquetado.

- Tio, vente para el coche ya.

- ¿Para el coche? ¿Qué cojones estás diciendo?

- Que sí, que sí. Vente al coche y ahora te explicamos - y el sr. Y colgó el teléfono.

"Me cago en la puta", pensó sr. Z. Se despidió del francés (¡por fin!) y de las otras chavalas que se quedaron con él (cuya conversación solo giraba en torno a un "osea, pues no sé qué polla comerme esta noche, o la de fulanito o la de menganito", conversación que se fue apagando conforme el sr. Z se alejaba de esa zona y enfilaba el paseo marítimo hasta Canalejas.
Cuando, de lejos, vio a sus colegas agarrados a varias botellas de alcohol.

- ¿Pero que coño es esto? - Preguntó sr. Z, mirando incrédulo.

Los dos reían sin parar.

- Tío, no te lo vas a creer - Dijo sr. X.

Y comenzaron a contar que, de camino al local al que iban, se cruzaron con mil y una arpías que intentaban desviarles de su objetivo: arpías cuyos escotes rezumaban carne lasciva y cuyos traseros hipnotizaban hasta a un bizco que mirara a Roma. Que llegaron al local, un edificio de tres plantas, cuyas puertas aún no habían cerrado, por lo que supusieron que habría gente dentro (sobre todo, a la persona que iban buscando).

- ¡Y no había nadie dentro! - continuó sr. Y - Hemos subido a la primera planta: "¿Hola? ¿Hay alguien aquí?" ¡Y nada. Y así hasta arriba del todo. Hemos buscado en los aseos, y nadie...

- Y nos hemos mirado y, acto seguido, estábamos detrás de la barra de la tercera planta eligiendo botellas. Una por aquí; esta está de puta madre; man, coge aquella,...

- ¡Botellas sin empezar, por supuesto!

Sr. Z no daba crédito. La verdad, que ante él habían encima del maletero del coche 6 botellas, entre ron y whisky.

- ¡Y calla! ¡Que se nos ha caido una por el camino! - Y no paraban de reír.

- ¡Hemos salido del pub sin cruzarnos con nadie en 3 plantas! - Decía sr. X.

- Y tú, capullo - le increpó en ese momento Sr. Y a sr. X - diciéndole a todas las chatis: "¡Eh, que vamos de botellón ¿os venís?" ¿¡Pero qué botellón, flipao, a las 4 y media de la mañana!?

La realidad era que, después de aquello, con las risas en el cuerpo y las pocas ganas de aguantar de nuevo al paguato del francés, optaron por guardar las botellas en el coche y regresar a la Capital del Altísimo Vinalopó.

Por hoy, ya sobraba, pues los botellones venideros estarían saciados con estas provisiones.

Nota del editor: Al día siguiente, el sr. Z recibió una llamada del sr. X en la que, con voz seria, le pedía a éste que tirara las botellas a la basura. Los remordimientos habían aflorado en su espíritu. Pero ni sr. Y ni sr. Z cedieron al chantaje emocional de sr. X.

No hay comentarios:

Publicar un comentario