La ruta de quads ese día fue bastante larga. El polvo de los caminos, la quemazón de ir horas y horas sentado en un sillón que con el paso de los minutos transformaba sus posaderas en carne apaleada, el cansancio propio de controlar una bestia como la que tenía entre las piernas (y para nada se menciona otra herramienta que no sea motorizada y que necesite gasolina y ruedas para moverse), y los restos etílicos (nada bochornosos) que las bebidas espirituales tomadas en la gran comida quadrera, habían conseguido que ese día decidiera irse pronto a casa en lo que se conocía como “estar en plan Sr. X”.