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miércoles, 29 de junio de 2011

Todas putas... y tú la primera.

2005.
Una tarde de verano indefinida.


Era una noche como cualquier otra, de esas en las que conoces el punto de partida pero no el de llegada. Incluso, el cuándo era superfluo pues el maletero del coche estaba provisto del neceser de urgencia por si la noche se terciaba y uno acaba en cama ajena.


Al volante iba el sr. X, acompañado de su infatigable escudero de correrías noctámbulas, el sr. Y. HAbían salido de la capital del Altísimo Vinalopó antes de que el sol dejara de quemar, para dirigirse a la costa, una pedanía guiri conocida como Benidorm, pues habían de recoger a otra alma perdida ávida de conocer el camino hacia el enderezo de su vida.

Llegaron a Benidorm. Tierra mítica donde las halla, llena de edificios altos cargados de descoloridos venidos del norte europeo y de la pérfida Albión, descoloridos tornados gambones tras varios días expuestos al sol inclemente de agosto. Y, de vez en cuando, algunas tetas bien puestas con las que deleitarse momentáneamente, sin que la baba llegase hasta el suelo.

- ¡Esas putas! - Gritaron más de una vez al cruzarse con alguna manada de culos bien prietos.

Llegaron a un edificio perdido entre la maraña de rascacielos, donde, tras una breve espera (de más de media hora), apareció una noble cortesana, la srta. E, cargadas sus berzas en dos alforjas cinco tallas menos para deleite de los ojos varoniles; labios carnosos rojo putón y una minifalda que, por mini, más parecía una cinta de "NOT TRESPASSING" de la policia. Hay quien cuenta (tal vez, el sr. Y) que se le hubiesen visto asomar pelillos púbicos sin necesidad de agacharse a mirar (en el caso de no ir depilada, como reza la tradición cortesana).

- ¡Hola! - Saludó, haciendo una caída de pestañas.

- Qué pasa, guapetona - le dijo el sr. X -. ¿Dispuesta a darlo todo?

Sr. X y srta. E se conocían de hacía tiempo. Compañeros no solo d euniversidad, habían corrido juntos durantes largas noches de fin de semana de una discoteca a otra, sin dejar pub en el camino por visitar. A pesar de ello, de hacer un buen binomio de borracheras, nunca habían pernoctado juntos en la misma cama.

- Pues claro, tio. Disculpad el retraso - les dijo.

Les dio dos besos a cada uno a modo de saludo, como era costumbre en estas latitudes y, acto seguido, se pusieron en marcha. Decidieron ir a Elche, pues había un festival de "no sé qué cojones hacemos aquí", pero a falta de algo mejor... "Seguro que hay chatis", pensaban los dos, desconocedores del plan de la srta. E, que ya lo llevaba todo predispuesto.

Llegaron a Elche a eso de la caida de la noche, y buscaron un lugar para llenar los buches. El sitio fue un antro de esos que hacen historia: historia porque uno lo pisa una vez en la vida y queda recostao para no volver a hacerlo jamás. La comida no estaría mala, pues la pringue acumulada por años en la cocina debería darle un sabor original. Eso sí: al día siguiente, casi seguro, todos con granos y con la piel enverdecida con un ligero tono a lo Chernobil. Pero no importaba. Consumieron, pagaron, y se largaron echando chispas.

La fiesta empezaba. Llegaron al sitio dispuesto, dond ela música pachanga hacía trizas los oídos, pero a la srta. E no pareció importarle. Es más, fue llegar y desaparecer del radar de sus compañeros de fiesta.

- ¿Para esto la traes, man? - Le dijo sr. Y a sr. X.

- Es más golfa que cien juntas. ¡Bah! Que le den, luego ya nos buscará cuando quiera que la llevemos a casa.

Se perdieron entre el amasijo de qaribús autóctonos que mostraban sus cornamentas en una lucha sin cuartel para ganarse a las hembras del corral. Mil y una batallas en las que el macho cabrío con más aceite en su cuerpo y más kilos de gomina en su cabeza se llevaría a la afortunada elchera con más silicona o menos michelines (o con más ganas de comer chupachups), al camastro del vencedor. Sr. X y sr. Y sacaron a relucir toda su artillería, pero la noche no les devolvió la sonrisa. Hartos de lanzar la red a las aguas y no coger ni las bolsas d ebasura que flotaban en la fiesta, optaron por algo que sabían hacer como nadie: sumergirse en litros y litros de rica destileria. Las horas pasaron y, de vez en cuando, srta. E también pasaba cerca, cada vez agarrada a un maromo distinto.

Hasta que las horas d ela indecencia volvieron a dar paso a la hora de los madrugones. Era momento de dar por finalizada la noche. Así pues, buscaron a la furtiva cortesana y, arrebatándosela a un qaribú de entre sus fauces, lograron meterla en el coche.

- ¡Pero tio! ¿Qué mosca qte ha picado? - Le espetó la muchacha a sr. X.

- Es hora ya de volver y aún te tengo que llevar a tu pueblo.

No habían hecho más que salir de Elche y tomada la autovía cuando el sr. X , con el morro caliente, soltó:

- Tía, no me había dado cuenta hasta hoy de lo puta que eres - le dijo a la cortesana.

Ésta, ofendida, dijo:

- ¿Pero de qué vas?

- No te hagas la ofendida. Si es que mira que sois putas las tías, y tú la que más. Te lías con todos los maricones del mundo menos conmigo. Es que me das hasta asquifa.

En el asiento de atrás, medio dormido que iba sr. Y, se desperezó por resorte al oír la conversación, sin dar crédito a lo que oía, pero sin sorprenderse de lo que decía (pues él también lo pensaba).

- Me dejas flipá, macho. No me esperaba esto de ti - decía srta. E por lo bajo, haciéndose la ofendida.

- Sí, sí. Claro. Pero bien que le comes el rabo al primero que se te pone por delante. Yo, aquí, bajando a por ti, sacrificándome, y no tienes la decencia ni de liarte conmigo.

- Joer, macho. Lo siento - decía aquella, también medio ida por los efluvios del alcohol.

- ¡Vamos! ¡Líate con mi colega! Solo te falta él.

Desde la parte de atrás, un sr. Y sorprendido le decía por gestos que no a una srta. E que, indecisa, se había vuelto mirándole, con unos ojos que decían a las claras que iba a hacer lo que sr. X le decía.

- Vamos, sr. X - dijo sr. Y - . No hace falta. Llevala a su casa y a tomar or culo.

- Sí, si eso hago. Es más, parece que es para lo único que me quiere esta warra.

El viaje de regreso restante lo hicieron en un silencio de ultratumba. Por fin llegaron a Benidrom cuando los madrugadores ya estaban tomando sus churros con chocolate en los bares domingueros. Pararon frente a la puerta de la srta. E, esperando que ésta se apeara de la montura mecanizada. Cogió su bolso de cortesana y, con una mirada atrás, le dijo al sr. X:

- Xr. X, no sabía yo que tú eras así. Tu comportamiento no me lo esperaba - comenzó a decirle con un tono elevado de voz..

- Anda, mira que bien, que te enfadas justo cuando llegamos a tu casa. Por el camino no estabas enfadada. Ahora que te he traido y tal... hija de puta - le contestó, con un alarde de seriedad y templanza digna del mejor diplomático de exteriores.

Al día siguiente, sr. X no se acordaba de nada. La srta. E, tras dejar unos días de paz y sosiego, llamó a sr. X para aclarar lo sucedido en el viaje de regreso, a lo que el sr. X, con cara de bobalicón y neuronas ausentes de su masa cerebral, le dijo: "Mira, srta. E, en serio, no recuerdo nada de nada. Si te dije eso, lo siento, no iba en mi seguramente".

La relación de amistad duró hasta hoy día, siendo un capítulo más. Sin embargo, la mente pensante de sr. X pensó en ese momento: "Si te dije eso es ¡porque pienso eso EXACTAMENTE!"

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