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martes, 28 de junio de 2011

Cruzada pagana

2006.
Verano.


El calor caía desde lo alto como la guadaña de la Muerte cae sobre sus víctimas. Hacía ya algunos días que el sol no daba tregua y solo al caer la tarde, cuando el ocaso lame el horizonte con su lengua carmesí, me atrevía a salir a la calle en busca de esa brisa fresca que bendecía mi cuerpo y mi mente. Sería finales de julio, o principios de agosto, no lo recuerdo muy bien, cuando recibí una llamada que se puede resumir en un: "¡Esas putas! ¡Ven a recogernos a Ceuta mañana!". En ese momento estaba en uno de mis momentos de reclusión casera, evitando el terrible bochorno de la calle.

El sr. X, junto con el sr. H, acudían en mi rescate (aunque, eso no lo sabría hasta unos días después). Tocaba dejar el piso arreglado y llenar la despensa de "algo" de comida. Pasé lo que quedaba del día dejando la casa menos caótica de lo normal, bajando a las tiendas de alrededor a pillar algo de comida y, al atardecer, como cada día desde hacía dos meses, a lo que viene siendo acudir a la plaza mayor de Tetuán, donde los jóvenes se reunían en torno a su té verde mientras lanzaban los dados sobre envejecidos tableros de parchís de la época en la que el norte de MArruecos aún era colonia española.

Al día siguiente, temprano, cogí un taxi y marché hacia Ceuta. En treinta minutos estaría en la frontera, sin saber siquiera a qué hora llegaba la caballería pesada. Pero no hube de preocuparme demasiado pues, al llegar allí, a lo lejos, el grito de: "¡ESAS PUTASSSSSS! me informó de que la expedición al sur ya había llegado a su destino.

- ¡Qué pasa, cerdas! - Les dije a ambos, cuando ya los tube más de cerca.

Nos fundimos en un fuerte abrazo, de quienes no se ven en años y, recogiendo sus bártulos, nos dispusimos a volver a cruzar la frontera. En ese momento, el sr. X y el sr. H, se miraron entre sí, y con un ligero carraspeo, me dijeron:

- Man, no sabemos si podremos pasar con esto.

Mis ojos miraron hacia donde señalaban y allí vi una mochila de raquetas de tenis. Al principio, no distinguí nada extraño hasta que mis ojos lograron adivinar la razón de su duda: de la mochila sobresalía ¡la pata de un jamón serrano! ¡ENTERO!

- Y dentro hay más cosas.

El sr. H entreabrió la mochila y pude distinguir un par de botellas de vino, una tripa de lomo embuchao de casi medio metro y dos o tres sendas tripas de chorizo (deno menos longitud que la tripa d elomo). PArecía increible que, además de sus mochilas, hubiesen cargado con la mitad de la tienda de embutidos más importante del Altísimo Vinalopó.

- ¡La madre que os parió, cabrones! ¡Y eso que me dijisteis que me traeríais algo de cerdo! - La verdad era que me alegraba de ver semejantes exquisiteces, pero no por ello dejaba de pensar en el control fronterizo al que nos iban a someter -. Bueno, veremos lo que pasa. Aún a malas, si no nos lo dejan pasar, nos lo comemos aquí mismo. Pasando de dejarles esto a estos moros hijos de puta que seguro que se lo comen ellos.

Los tres pusimos cara de póker, nuestro porte más magnánimo y serio, y marchamos a la primera ventanilla del control fronterizo moruno. Dimos los pasaportes y, el policia marroquí, con cara de pocos amigos, nos miraba fijamente, sin pestañear, intentado entresacar nuestros secretos más íntimos. Finalmente, el sonido seco de tres cuños y la devolución de los pasaportes con una única palabra: "ial la" (que viene siendo un "venga, vamos"), conseguimos cruzar la frontera cargados de nuestro preciado botín de guerra. Botín de guerra con el que, durante los siete días venideros nos daríamos lo que comúnmente se ha venido denominando "Festival del Marrano" (en el lenguaje dialectal de la zona: homenaje al cerdo). Aunque reducir la estancia de estos 3 occidentales en tierras del anti-cerdo a un simple Festival del Marrano sería reducir la odisea de su paso por allí, no es por ello menos importante el resaltar que, desde aquello, en Tetuán existe la leyenda de que, por donde pasaron los 3 infieles cargados de pecado ya no crece la hierba.


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