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miércoles, 17 de agosto de 2011

Prueba de supervivencia: Revival


2006
Día incierto.



              Esta historia surgió como siempre: de fiesta. Pé acaba de salir de trabajar y se había ido al cuartico[1], como de costumbre, a tomarse una copa y fumarse cuatro o quince pitillos, el número era lo de menos. Pero su espíritu inquieto pronto le movió la masa sebosa fuera del Altísimo Vinalopó: no aguantaba quedarse encerrado tras los muros que gobiernan esa ciudad decadente, donde todas se conocían su currículum vitae. Amigo infatigable de locuras, el Sr. X, como llamado a través de los ingenios neuronales telepáticos, se dejó caer por el cuartico.

                - ¡Vamos a Revival, vamos a Revival! - Tronó la voz del juez.
                Así, sin comerlo ni beberlo, pusieron rumbo hacia esta discoteca del levante español, corazones inquietos cuyos rostros, bonicos a base de sustancias poco recomendables para embarazadas, y con otras historias paralelas en el camino, llegaron a Revival. Era una discoteca donde la gente iba todos los días, del fin de semana, muy liados pero en plan tranquilo, como pavos sonámbulos, de buen rollo. Allí estaban ellos, eufóricos, rompiendo la estética y la tónica del ambiente.
                Casi llegando a la puerta de entrada al recinto, vieron a un personajillo al que las fuerzas (anabolizadas) de seguridad no dejaban entrar. A saber qué había hecho. El Sr. X, a quien la Luz buscaba en momentos especiales, se dirigió hacia él:
                - No te preocupes. Tú vente con nosotros que vas a entrar sin problema. Ya verás: pégate a nosotros y entramos los tres juntos.
                Haciendo un movimiento de despiste, cuando los asebaos venosos habían bajado un poco la guardia, Sr. X, Pé y Desgraciao lograron colarse dentro de la Revival.
                - ¡Sois unos máquinas! - Les dijo, una vez dentro.
                Y, como es de bien nacido ser agradecido, comenzó a invitarles a cervezas, a cubatas, a abanicos, a una chupaica sin mariconadas,... En fin, lo típico.
                - ¡Cómo vais, cabrones! - Les decía -. Menuda energía derrochais.
                No fueron los únicos en darse cuenta de la Luz que iluminaba a la pareja del Altísimo Vinalopó. En un momento de la noche (más bien, de la mañana, pues habían llegado a Revival a eso de las siete de la mañana), se toparon con unos conocidos. No vecinos de su ciudad, sino de una pedanía allende las montañas de Peñarrubia y La Villa, donde existe también un castillo a cuya base creció un pueblecito a cuyos habitantes se les conoce, de manera cariñosa, como “els biaruts”. Sí. Unos conocidos de esta pareja: un tal Ós, un tal Sér y un tercer elemento[2] de cuyo nombre, las nebulosas del tiempo han borrado.
                - ¡Cabrones, cómo vais! - Les dijeron estos especímenes abonados al lugar.
                - Joder, cómo vamos dice. ¿Y vosotros? Nosotros venimos una vez, pero vosotros estáis abonados, cabrones. ¡Vosotros venís aquí todos los domingos, hijos de puta! - Le soltó Sr. X, entre risas.
                Se dirigieron a un chiringuito que afuera, donde ponen música y bebida, y allí pasaron un rato, hasta que volvieron a entrar dentro. Había que gastar esa energía de la que todo el mundo allí presente, medio sonámbulo, comentaba en corrillos sin dejar de mirarles. El Sr. X, que se veía con mucha fuerza, acabó subido a un podio. A su alrededor, otras chavalas y chavales que no desataban la energía que él empeñaba en sus movimientos. A un lado, a otro, pierna arriba, pierna abajo, haciendo la piruleta con la cabeza y sacudiendo el pecho en  plan Shakira, el podio comenzó a ser zarandeado por su ímpetu. Cosa que no gustó demasiado a la élite revivalera. A los pocos minutos, un gran gorila cebado por batidos de esteroides y con un pinganillo en la oreja se situó cautelosamente a su lado.
                - Por favor, lleva cuidado - le dijo amablemente, con una voz más propia de un oso amoroso.
                Pero Sr. X, ¿cómo iba a hacer caso a esa voz de meloso amariconao? No pudo quedarse quieto y continuó con su derroche de vitalidad: sacó culo en pompa, derecha, izquierda, arriba, abajo,... ¡Vamos, chicas, todas a una! Y uno, y dos, arriba la pierna; y tres y cuatro, movimiento circular con la cabeza,... ¡Vamos! Pero Maguila seguía a su lado siendo, incluso, zarandeado por Sr. X de manera bochornosa. Con la frente hinchada por una vena del tamaño de la muñeca de Sr. X, volvió a requerir a éste tranquilidad en su bailoteo. Pero no estaba el Sr. X como para hacer caso a la voz de la ecuanimidad. Finalmente, y sin violencia en su agarre, cogió a Sr. X del hombro y lo acompañó gentilmente a la calle.
                Una vez fuera, Sr. X se vio solo. Él, como temía la soledad como nada en este mundo, sacó su teléfono y comenzó a llamar a Pé, que había visto todo sentado en su butaca de primera fila y haciéndose el desconocido. Pero cedió ante la llamada de socorro solitario de su amigo y salió a buscarle.
                - ¿Qué hacemos? - Preguntó.
                Sacó el coche y fueron al pueblo de al lado a sacar dinero del cajero. Eso, lo primero. Al mismo tiempo, ya dilucidarían un plan de acción. Y así fue. Tomaron el camino de regreso a Revival y, poco antes de llegar, Pé dejó a Sr. X en los aledaños de la discoteca, cerca de una casica abandonada orilla de un ribazo en el que discurría una acequia.
                - Tú tranquilo, que yo entro - le decía Sr. X a Pé - Que yo tengo recursos. Que yo entro, búfalo - repetía.
                Pé, conociendo la cabezonería que a veces empleaba Sr. X en sus actos más mundanos, hizo lo que le pidió y, a solas, se fue con su coche de nuevo al parking de la Revival. Al llegar y aparcar el coche, el gorila de la entrada al parking se acercó a Pé.
                - ¿Y tu colega? - Le inquirió.
                - Pues nada, lo he llevado a su casa, que iba pasao, pasao. Pero yo puedo entrar, ¿no?
                - Sí, anda, dale. Si has dejado al otro, pasa.
                Así, Pé consiguió de nuevo entrar a la discoteca y enfrascarse de nuevo en sus  bailoteos particulares, sin pensar demasiado en la suerte que corría su amigo. Pero la historia se desarrollaba en la acequia de las afueras.
                Serían ya las doce de la mañana. Sr. X, allí, bajo el cielo azul y un sol que picaba, oculto entre cañas y alicornios[3], miraba al frente, donde se hallaba la parte trasera de la discoteca.
                - Me cago en la puta - pensó en voz alta -. Esto es una prueba de supervivencia para poder llegar al parking de Revival. ¡Esasss putasss!
                Pero antes, tenía que pasar la fosa de Alcatraz: la acequia llena de cañas y agua embarrada. Miró a un lado y a otro y, con un alarde de su habilidad, saltó la cequia. Pero.. ¡Ay de él! No había contado que la acequia, el otro lado, estaba peraltado y al apoyar la inercia le hizo efecto retroceso.
                - ¡Que no llego! -Logró gritar, antes de caer de culo en mitad de la acequia.
                Al incorporarse se dio cuenta de que, incluso McGiver habría explorado antes un poco la zona y, de haberlo hecho, habría visto que a menos de diez metros había una pequeña pasarela para cruzar la acequia. Pero ya era tarde: su trasero y parte de su dignidad iba totalmente calada de agua y tierra. Sr. X se limpió un poco de la mejor manera que pudo.
                - Esto no va a parar al McGiver mítico- se decía a sí mismo.
                Llegó a la parte de atrás de la Revival. Estaba todo vallado, pero no muy lejos, vio un punto vencido de la valla, seguramente “de más gente que ha hecho esto antes que yo”, pensó. Con una habilidad que lo caracteriza, pudo saltar la valla, en cuyo intento no hizo menos ruido que una manada de bisontes cruzando la Explanada de Alicante. Lo había conseguido. Ahora solo quedaba llegar a la puerta de entrada de la discoteca. De camino por el parquing, los gorilas de seguridad lo vieron aparecer de la nada.
                - ¿De dónde vienes, paloma?
                - Es que me ha entrado un apretón y por no dar toda la vuelta, he saltado la valla.
                El gorila que le preguntó, se puso a hablar con el walkie con el otro de dentro, momento que aprovechó Sr. X para escabullirse y entrar de nuevo a la discoteca. Al entrar, como fuera era de día y dentro estaba en penumbra, su vista tardó un rato en habituarse. Intentó localizar a Pé, pero debido a su ceguera momentánea, no lo consiguió. Entonces tuvo la magnífica idea de subirse al podio para ver si lo localizaba. No  muy lejos estaba Maguila, que lo vio subirse en lo alto del podio del que momentos antes lo había tirado.
                - ¡Me cago en la puta, hijo de la gran puta! - Gritó.
                Y, cogiéndolo del pescuezo, volvió a tirar de él para sacarle a la calle. Mientras lo sacaba, pasaron al lado de Pé, que se hizo el longanizo.
                - ¡Hijo de puta, cabrón de mierda! ¡Te vamos a hinchar a palos! - Decía Maguila.
                Pé los siguió y consiguieron que sus rostros no fueran acariciados por los nudillos de los retrasados seguratas. No vio a Sr. X. “La que le va a caer”, pensó. Al coger el coche para irse de allí, de nuevo en la salida, el gorila de parking le dijo a Pé:
                - ¡Hijo de la gran puta! ¿No lo habías llevado a su casa? Me has engañado...
                - Pues yo qué quieres que te diga. ¡Habrá venido!
                - ¡No vais a venir aquí en vuestra puta vida!
                Y Pé lo dejó allí con el puño medio levantado: era el mejor momento para irse por patas. Más adelante vio a Sr. X, alma solitaria que esperaba al lado de una casa abandonada. Maguila no se había conformado con sacarlo del edificio, sino que, amablemente lo había acompañado hasta las afueras de todo el recinto.
                Era el mejor momento para regresar a casa.


[1] El cuartico era un local donde los Golfos tenían su base de operaciones.
[2] El Tercer Elemento era un mito biarut que, en un pasado en el que acamparon en el Camping de la Toconera, no hizo más que tirarse a un estanque con patos que allí había y, cuando no nadaba entre patos, miraba como otro colega suyo, de CI parejo al suyo, se tiraba todo el día dando vueltas con la moto y que, al llegar el día de recoger las tiendas de campaña e irse de allí, descubrió que no le quedaba gasolina en la moto.
[3] Palabra dialectal para referirse a la maleza seca que pulula con el viento por el desierto americano en las películas del oeste.

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