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jueves, 7 de julio de 2011

La noche del onubense

2006.
Noche de agosto en Xauen.

Las tierras del infiel son estrañas, inhóspitas, poco dadas a las costumbres de los civilizados habitantes venidos del Altísimo Vinalopó.  La belleza de sus paisajes contrasta con la falta de una elemental salubridad viaria y mucho más con las desarrapadas vidas de muchos de sus habitantes, jóvenes e incluso niños, dispuestos incluso a chupártela por 100 Dirhams (10 Euros al cambio). Sí, es así de triste la realidad de un país vecino (pero este no e slugar para tratar sobre un tema tan inmundo).

Chefchauen (Xauen para los amigos) es para los musulmanes la Granada Marroquí, de hecho, se trata del lugar en el que las élites granadínas decidieron establecerse tras la pérdida del Reino de Granada. Un lugar en el que, sobre todas las cosas, y una vez que cae la noche, reina la tranquilidad y los susurros provenientes de grupúsculos de forasteros comparten la rutina de rotar humeantes cigarrillos artesanales. Si acaso alguna risilla sin fuerzas se deslizaba entre los presentes sin llegar siquiera a los oídos de las mesas vecinas de la terraza del hospitalario hostal en el que el sr. X, el sr. H y el sr. X habían decido pasar la noche tras mandar a tomar viento fresco a unos cuantos paisanos que ofrecían pordioseras habitaciones a precios de la Unión Europea. Vale, era un poco más caro, pero las habitaciones parecían limpias y por lo menos tenían ventanas que daban a un curioso patio interior (los chinches eran un mal menor, la verdad).

Pero, ¡qué demonios! Estaban de vacaciones e iban a aprovecharlas. Y plantarse en la capital del turismo cannabico y no disfrutar de los placeres de la “artesanía local” sería como ir al Bar El Gordo y no pedirte unos caracolicos radiactivos y unas habas chernobileras...

Dicen que el excelente té cultivado en aquellas tierras ayuda a mantener los ojos siquiera entreabiertos ante la potencia de la principal materia prima local. Pero, ¿quién coño quiere un té habiendo pillado JB y Coca-Cola en uno de los supermercados propiedad de Mohamed VI días atrás? Así que allí tienen ustedes al sr. X (también conocido como “el Hombre que susurraba a los caballos”), ataviado con sus mejores galas: su camiseta del Hércules.  Acompañado de sus dos compiches etilistas (que no estilistas), y una joven marroquí a la que intentaban el juego de contar en números romanos sustituyendo el palito por “que nos la chupen”, la V por "todas las mañanitas", la X por “esas putas” y la L por "hasta los huevecillos".

Como siempre, con los primeros combinados la cosa se pudo más o menos disimular, pero  al rato de estar dándole al Justerini (sin hielo, que por ahí no lo han inventado todavía), nuestro protagonista perdió de repente la habilidad de modular su voz, de forma que medio Xauen y el 100% de los residentes del hotel (que para más inri tenían que tener las ventanas abiertas para poder conciliar el sueño con el bochorno que caía) tuvieron la suerte de escuchar la frase preferida de Mister X unas 500 veces, como mínimo, con más o menos la misma intensidad con la que un vecino de la Calle Trinidad disfruta a las 3 de la mañana de la fiesta en la Guarida de los Piratas un día 5 de septiembre. La situación fue in crescendo, y empezaron a sonar improperios lengua sarracena.

Solo sr. X podía captar las sutilezas de sus insultos, pero nunca las tradujo. Golpes por todas las paredes, que como única respuesta recibían aquélla que sirve para todo: “¡Que nos la chuuupen! ¡Hasta los huevecillossss!” Hasta que, finalmente, un pequeño toque en la ventana acompañado de unas palabras en español, nos hizo bajar algo la voz.

- ¡Ostia! ¡Un español! Abre a ver qué quiere - le sugerió alguno de ellos.



La realidad fue que no abrió la puerta, sino que se sentó en la ventana que daba al patio interior del mesón, con las piernas hacia afuera ya que la ventana de los tres infieles estaba pegada a la de la habitación del compatriota.

- ¿Qué pasa vecino? ¿Quieres un cubatica? - Le preguntó sr. X

- No. Veréiz quillos, ezque estoy en la habitación de al lado con mi novia, y no logramoz concentrarnoh en nuestros queacereh con el vocerío que se está armando...

- ¡Chaaaacho! ¡Menudo acentaco tienes! ¿De dónde eres tú? - Le inquirió sr. X.

- Yo soy de Huerva...   

- ¡Onubeeeeeeeeenseeeeeeeeeee! ¡Esas Putas! ¡Onubense, venga, tio. Tómate un cubatica con nosotros y nos callamos. ¡Onubeeeeeeeeense!

- Por cierto, me llamo srto. Ñ. ¿Vosotros de dónde sois?

- ¿Que de dónde somos? ¿Es que no has visto mi camiseta, Onubense?

- No zé. Yo ez que no zoy mu de fútbol sabeh, si lo único que quiero es que bajéis un poquito la voz... Pero supongo que será del Málaga, así blanca y azul, ¿no?

- ¡Onubenseeee! ¿Me estás insultando, onubense? ¿Qué coño pone aquí?

- Hér-cu-les..., ¡Ah! ¡De Compostela!

- ¡Onubeeeeenseeeee! ¡Me cago en la puta, onubeeeense!!!!! - Golpes en la pared y el interior del patio reverberaba de gritos en lengua sarracena. Pero sr. X seguía - ¡De Alicaaaaaantee, man, de Alicante!

Los insultos continuaron un rato más. Onubense y sr. X se calmaron en su recien nacida "demostración de camaradería". Si se ha de ser acorde con la verdad a estas alturas de la historia, los vividores de esta historia andaba ya algo faltos de la necesaria disposición neuronal requerida para seguir esta narración que se pierde a latas horas d euna noche de cebollazo mítico al que le siguió un desayuno mítico de zumito de naranja, ybollos xauenses. Si bien, tanto para ellos como para sl sr. X siempre será la noche del ONUBENSE.

By sr. H (corregida por Dangadar)

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