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jueves, 7 de julio de 2011

(2R) ¿Quieres menú? Pues toma mi menú de gratissssssss!

2006
Una noche de mayo.


Las salas de fiestas estaban cerrando ya. Con los telones echados sobre los escenarios y el recuerdo del último baile, la gente comenzaba a salir de unas pocilgas maquilladas con luces de neón y paredes oscuras. El suelo rezumaba una pus virulenta producto de cientos de vasos rotos que habían derramado su alcohol mezclándose con las huellas de los cientos de zapatos y colillas que durante horas habían llenado los antros del puerto.


Había sido una noche más.

Sr. X, junto a sus dos colegas sr. Y y sr. Z, habían optado por bajar a la capital herculana. Horas y horas de vagabundeo entre bares llenos de golfas desarrapadas y de maricas y no tan maricas metrosexualizados, habían acabado la noche en un remanso de paz para dos de ellos. Sr. Y n comulgaba demasiado con la cultura del metal por lo que sus suspiros de amargura no habían dejado de sonar durante la última hora en la que habían estado en la taberna del Coyote.

En un momento de la noche, el sr. X se acercó a la barra.

- ¿Quieres algo? - Le preguntó una camarera en un tono muy amable.

- Sí, cariño, ponme una cerveza - le pidió sr. X, todo educado.

Pero, sin esperárselo nadie, a la chica se le hinchó una vena del cuello y, transformada en la más terrible de las mitológicas arpías, exclamó:

- ¡Yo no soy tu "cariño, gilipollas de mierda! ¡Pero tú qué te has creido, hijo de p***?

Y se largó de allí, sin servirle la cerveza. Con cara sorprendida, el sr. X aun tuvo el arrojo de soltar un:

- ¡Que nos la chupen! ¡Esas putasss! - Y volviéndose a sus colegas, les dijo: - ¿Qué mosca le ha picado a esta zorrilla?

Los otros encogieron los hombros, medio riendo ante lo ocurrido, y regresaron a su rincón particular. El sr. X, que había conseguido una cerveza de otra camarera, se desató. En el aire sonaba una canción de los The offspring, o de los Guns´n´Roses. No se sabe. Pero poco importa la canción ya que el hecho fue el mismo. Comenzó a saltar de un lado a otro, moviendo su cabeza adelante y atrás con el garbo y la potencia del heavy más melenudo, a pesar de carecer la cabellera para tal efecto. En uno de sus embites, y abriendo las piernas de manera peligrosa, se paró en seco. Dejando la cerveza a un lado, se tocó la entrepierna y descubrió que ese último movimiento no debería haberlo realizado: los pantalones vaqueros se le habían rajado desde la cremallera hasta la mitad del trasero. Las risas de los amigos ya se pueden imaginar. Gracias que llevaba una chaqueta y se la pudo atar tapándose "algo".

La noche en la taberna del Coyote también se vino abajo y ésta, tras la seductora actuación de sus voluptuosas camareras, comezó a seguir los pasos de los otros antros, echando a la calle a sus parroquianos.

- Bufff - dijo sr. Y - Menos mal que esto ha acabado.

- Jejeje YYY, coño, esto es música - le decía sr. X agarrándole de los hombros.

- Déjate de polleces, man. ¡Aquí no hay chatis! ¡Solo góticas de esas!

Se dirigían hacia la salida. Pero al sr. Z se le encendió una chispa.

- ¿Unas patatitas? ¿Unas hamburguesas grasientas?

En mitad de aquel tinglado lleno de bares, había (y hay) un local en el que los bravos guerreros nocturnos y las excelsas amazonas pueden tomar un bocado antes de irse a dormir. Serían las seis y media de la mañana cuando se sentaron en unas mesas que hay al aire libre, junto a otro puñado de desgraciados de la noche. Sr. Y se pilló una hamburguesa con patatas, y el resto hizo más de lo mismo. Cuando ya habían acabado casi con todo el mejunje el sr. X se quedó mirando a su izquierda.

Allí, plantada, sola, se encontraba una chica de no más primaveras que las que tenía el protagonista. Estaba embelesada mirando hacia la parte de arriba del bar, en el que había un cartel donde anunciaba algunos de los platos que allí servían.

- ¡Ey! ¡Hola! - Le saludó sr. X.

- ¡Hola! - Respondió ésta, risueña.

- ¿Qué haces, guapa, ahí plantada tú solica?

- Pues mira, que tengo hambre y estaba mirando el menú a ver qué me pillo - le contestó, sin dejar de mirar al frente.

- ¿Qué tienes hambre? Joder, ¿y te vas a gastar el dinero en ese menú pudiendo pillar de este otro menú gratis? - Dijo, en un arranque de ingenio, donde su boca caliente ya se había desatado.

La chica miró hacia donde le señalaba el sr. X. Sentado de modo campechado, con las piernas abiertas d epar en par, la entrepierna del sr. X ya no ocultaba el rasgado de sus pantalones. Del tremendo roto le sobresalía de manera bochornosa el bulto de la decencia, la abogacía del Estado Mayor, el Cuerno de África, la Trompeta de la Banda Municipal,... o mil nombres más que la chica no supo apreciar.

- ¡Maldito hijo de puta! ¿Qué coño me estaás diciendo?

- Pero guapa. ¿Por qué te pones así? Encima que te ofrezco mi menú tó de gratis - seguía diciendo éste.

Sentados a su lado, sr. Y y sr. Z no daban crédito a lo que estaban escuchando. Sorprendidos, miraron alrededor de la chica. Como ésta fuese con amigos, las ostias iban a ser lindas.

- Eres un cerdo, desgraciado. Vete a la mierda - continuaba aquella.

- Mira que eres desagradecida, chica. En serio. Yo, con toda mi buena voluntad, te ofrezco lo que buenamente puedo para que no te gastes un duro y tu me insultas - le decía el sr. X -. ¡Bah!

Y haciendo un gesto despectivo, comenzó a ignorarla. Aquella, dolida, se marchó de allí y la perdieron, más o menos, de vista: se acercó a lo que sería su grupo de amigos.

- ¡Pero qué cojones le has dicho, mamón! - Le espetó sr. Y.

Sus amigos no sabían si reír o salir de allí por patas.

- Ya verás, como vengan sus colegas.

- ¡Bah! Una guarrilla... - zanjó el tema, al tiempo que seguía comiendo las últimas patatas, pero sin dejar de reír. Sr. Y y sr. Z no daban crédito a lo sucedido y, de reojo, vieron como aquella regresaba, pero sin ser acompañada por nadie. Volvió a situarse al lado de sr. X. Éste, que al principio no se había dado cuenta, miró a su lado y, con un pequeño salto, dijo:

- ¡Coño! ¿Tú por aquí de nuevo? Eso es que te lo has pensao y vienes a por mi menú, ¿eh?

Y se volvió a señalar el paquete que le sobresalía del roto de la entrepierna. Sr. Y y sr. Z rompieron a reír. Aquella, con una cara de mil demonios, le dijo:

- ¿Eres gilipollas o qué?

- ¡Pero, tía! ¡No te pongas así! ¡Qué es una bromica! - Y le guñó un ojo.

Y como si aquello fuera un encantamiento, la tempestad desatada se calmó de repente y, ésta, rompiendo a reír, le dijo:

- Chaval, dile a tu madre que te cosa eso, anda. Tápate, que vas tope ridículo.

Y sr. X se levantó de la silla diciéndole:

- Dame, por lo menos, un par de besos, anda.

Y se dieron un abrazo y dos besicos en la mejilla. Todo zanjado y cada uno por su lado. Aquella, con un sandwich (¡al fin!) y el sr. X con una rotura de cojones, pero con unas risas que duraron semanas: "¿Quieres menú? Pues toma mi menú de gratissssssss!"

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