2007
Sábado incierto de julio.
El
inclemente calor de un viernes cualquiera de julio de 2007 caía sobre el
asfalto, evaporando cualquier rastro de vida que osara deambular a esas horas
por las calles de la ciudad. Alejados de los dardos certeros del astro sol, reunidos
en torno a una mesa llena del amargo néctar de cebada, Eme, Pé y Sr. X
boqueaban exabruptos en pos de un posible magnífico plan a realizar ese fin de
semana. El plan era el siguiente: decidir si finalmente cogían carretera y
manta y a disfrutar de la compañía de granadinas sedientas de machos
levantinos.
Una Granada universitaria en la que las Erasmus venidas de todas partes del continente europeo querían aprovechar sus últimos cartuchos antes de regresar a sus climas norteños. Aquella ciudad de jóvenes sedientas, lugar en el que los botellones dejan a los de Alicante a la altura del betún. Y era más por esto último, para qué mentir, que una embajada villenera, con el Sr. X como portaestandarte, había sido encomendada: la cristiandad del alcohol debía volver a Granada a imponer su reconquista… Sin embargo, el grupo no estaba unido: presentaba ciertas discrepancias más de forma que de chicha. Pé no encontraba la musa de ébano que le susurrara al oído promesas de marfil y placer, y Eme estaba reticente más por vagancia que por ganas. Solo se estaban haciendo de rogar, ellos lo sabían. Y el Sr. X también lo sabía. Solo había que tocarles la fibra sensible para convencerles.
Una Granada universitaria en la que las Erasmus venidas de todas partes del continente europeo querían aprovechar sus últimos cartuchos antes de regresar a sus climas norteños. Aquella ciudad de jóvenes sedientas, lugar en el que los botellones dejan a los de Alicante a la altura del betún. Y era más por esto último, para qué mentir, que una embajada villenera, con el Sr. X como portaestandarte, había sido encomendada: la cristiandad del alcohol debía volver a Granada a imponer su reconquista… Sin embargo, el grupo no estaba unido: presentaba ciertas discrepancias más de forma que de chicha. Pé no encontraba la musa de ébano que le susurrara al oído promesas de marfil y placer, y Eme estaba reticente más por vagancia que por ganas. Solo se estaban haciendo de rogar, ellos lo sabían. Y el Sr. X también lo sabía. Solo había que tocarles la fibra sensible para convencerles.
-Mirad,
vamos, que tengo allí un coleguita que conocí en un concierto. Me ha dicho
varias veces que baje de fiesta. Tenemos piso, alcohol,… ¿qué más queremos?
-¿Te “ha
dicho él”? ¿O eres tú el que le insistes en ir? – Preguntó Pé, sorbiendo su
cerveza.
-Tanto
monta, monta tanto… ¡Tú ya sabes! –Se rió el Sr. X.
-Ahora
vengo, voy a cambiarle el agua al pajarillo – y Eme desapareció entre
bambalinas.
-Buahhh,
tío, vale, vamos –dijo Pé, animado y, pensativo, dijo-: Antes de que venga Eme,
me piro y le dices que yo paso de irme a Granada. Luego me meto en el maletero
sin que se dé cuenta, saco un megáfono y le pego un susto cuando vayamos de
camino.
Y así
quedó. Eme vino del baño, se sorprendió al no ver a Pé, pero lo justo: ya todos
saben las manías de Pé con las negras y su habilidad para aparecer y
desaparecer en busca de aquellas.
-Este
cabrón no se viene – Le decía -. Nos vamos los dos solos.
-Será
maricón…
-Ya
sabes, esas guarrillas de internet que lo tienen frito…
Sr. X acompañó a Eme a su piso a que pillara
una mochila con lo justo: una muda de calzoncillos, una toalla para lavarse
detrás de las orejas y condones de esos que se compran en los aseos del
Cienfuegos. Mientras que Eme dilapidaba su tiempo en busca de estos neceseres,
Pé apareció y se coló en el maletero del coche, entre risas del Sr. X, que
mostraba el entrecejo fruncido, hasta que dijo:
-Tío,
no, no hagas nada con el megáfono que me ostio.
-¿Cómo
que te ostias, mamón? Si ya sabes que voy a hacerlo.
-En
serio, Pé, que a mí se me olvida que estás ahí y cuando salgas en Santa Eulalia
con el megáfono, a mi me da algo y nos tienen que recoger con espátula. Nos la
damos en la autovía…
-Mira
que eres maricón, Sr. X –Pé se reía de la cagalera que de momento le había dado
al Sr. X-. No pasa nada, no utilizo el megáfono.
-Si
te da por salir en Sax, o en Petrer y yo no me acuerdo de ti… ¡Me da un infarto!
¡Me acojono vivo!
Y, de
este modo, cuando Eme apareció, Pé ya se encontraba de cúbito supito escondido
en el maletero, asado por el calor. Pusieron rumbo hacia Granada, pero no llevarían
ni doscientos metros recorridos cuando, a la altura del kiosko Manolo:
-Mira
que Pé es raro –decía M-. Este chiquillo es más raro que un coño depilao.
En
ese momento, el Sr. X vio por el rabillo del ojo y, confirmado en el
retrovisor, como Pé se contorsionaba en silencio haciendo acto de presencia
desde el maletero a los asientos traseros, estilo Jim Carrey saliendo del culo
de un rinoceronte. Y Eme también lo vio. Comenzaron a reír, tanto, que Eme
creía que se encanaba y no quería pues el único que sabía hacer el boca a boca a
las muñecas de la Cruz Roja era el Sr. X,… ¡y pasando mucho!
-¿De
dónde ha salido el maricón este? – Decía Eme - ¿No decía que se quedaba? ¡Será maricón!
Pé le
acarició la orejica a Eme.
-Pero,
cariño, ¿cómo te voy a dejar solo con este desgraciao?
Con los nervios a flor de piel y las risas acompañadas de improperios, enfilaron dirección Granada…
Continuará, ¡¡que el capítulo da para mucho!!
jajajajaj
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